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Blog de Alicia Elizundia

SIN PERDER LA MEMORIA

(Palabras del poeta y periodista santaclareño Yamil Díaz  durante la presentación del libro que fuera premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara)

 

Un día de 1862, un excelente narrador inglés se empeñó en que la pequeña Alicia —la que cayó por un pozo y descubrió el País de las Maravillas— cruzara, además, a través del espejo. Del otro lado se abría un reino muy extraño, donde las cosas estaban al revés y los libros tenían los tipos impresos de derecha a izquierda.

 

Al País del Espejo entró también, en 1995, otra Alicia, Elizundia, cuyo instrumento mágico inicial era la radio. Durante cuatro años, en su programa Frente al espejo, muchos entrevistados dieron el salto no menos riesgoso de su yo público a su yo íntimo y quedaron como desnudos ante la audiencia. Pero el espejo de nuestra Alicia resultó un poco más mágico que el de Lewis Carroll, puesto que aquí, más bien, las cosas se ponían al derecho.

 

De esa experiencia periodística nació en parte lo que ahora es un intenso libro, escrito entre 1995 y 2007, que obtuvo en 2010 el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara y Capiro publica bajo el título de Sin perder la memoria.

 

Ocho poetas —la mayoría de ellos ganadores de nuestro Premio Nacional de Literatura— acuden a estas páginas. Tal como avisa Marta Rojas en la nota de contracubierta: “Alicia Elizundia Ramírez nos ofrece en ocho entrevistas-testimonios, trabajadas literariamente con buen pulso y amenidad, un panorama de poesía consagrada…” Sin embargo, cuando uno lee —o, más exactamente, escucha— el texto, aquí hay poco que huela a consagración y mucho de desgarramiento, de frustración, de vidas dramáticamente humanas. “Hechos y puntos de vista diferentes —añade Marta—, sensibles, reflexivos, todo nervio y hasta todo humos, recogidos con delicadeza y a la vez profundidad, hacen de Sin perder la memoria un libro que anda ligero y firme. De hecho constituye una fuente literaria patrimonial, decididamente patrimonial…”

 

Con ese paso ligero y a la vez firme, de que habla Marta Rojas, la autora se aventura en el mundo privado de varios escritores. Y así como la Alicia de Carroll, a poco de entrar en el País del Espejo, se encontró con las flores parlantes, la Alicia nuestra convoca como primera entrevistada a una mujer: Lina de Feria. Y ya verán ustedes con cuánta naturalidad Lina se aleja de cualquier autocensura y narra acerca de sus amores lésbicos, de sus años en la cárcel, de la prolongada “parametración” a que fue sometida o de cómo se quedó en los Estados Unidos y de cómo regresó a su rinconcito de La Habana para seguir escribiendo sus poemas a mano, como siempre. Esta entrevista, por sí sola, merecía el premio que tan acertadamente le otorgaron a Alicia un año atrás Marta Rojas, Pedro de la Hoz y Alexis Castañeda.

 

Pablo Armando Fernández se ha parado también frente al espejo de la Alicia nuestra. Recuerda su primer poema, sus triunfos, sus fracasos, sus amigos... Ella pregunta de improviso: “Fidel conoce todo lo que usted ha pasado. ¿no?“ “Me imagino que sí —responde—, nunca le he preguntado, de eso nosotros no hablamos”. Y un ratico después, el apacible Pablo estalla: “si me sigues provocando, vas a fracasar”.

 

¿Cómo se las arregla esta entrevistadora para hallar un difícil equilibrio entre la famosa agresividad de una Oriana Fallaci y la suavidad femenina de una Bárbara Walters? Ese es tal vez uno de los mayores secretos de su oficio, porque, por muy mordaz que nos resulte a veces, nunca se rompe la atmósfera de plácida intimidad en que conversa con los testimoniantes. No importa que le mencione a Jesús Orta su participación en la redacción de los documentos del fatídico Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura. Tampoco importa que le recuerde a Fernández Retamar los duros términos que Neruda reservó para él en un libro de memorias: Roberto se muestra más explícitamente metafórico que en sus propios poemas, y cuando Alicia lo aprieta con esta pregunta: “Usted dice que los más lo prefieren como nada. ¿Lo dice a conciencia? ¿Eso es así?”, a Roberto no le queda otra que confesar: “No, lo digo por coquetería”.

 

Y así prosigue el estallido humano de un libro como Sin perder la memoria, con personajes como Lina —quien ya ha pasado por varios ingresos en psiquiátricos—; un Indio Naborí que olvidó haberse mudado y regresó a la casa vieja; una Carilda que se autodefine como “trastornada”, y un Retamar que, contra toda apariencia, sufre agudas crisis depresivas y lo que él llama “una cierta inestabilidad psíquica”. Con estos personajes uno no puede menos que recordar el célebre parlamento del gato de Cheshire en un pasaje de Alicia en el país de las maravillas: “Todos estamos locos”.

 

En esta fiesta de la sinceridad, Naborí se muestra a gusto con su poesía de tribuna; Excilia con su defensa del acervo cultural afrocubano, Augier con la librería de su central, y Carilda con su condición de mujer “amorosa”, que no erótica, es decir: con su leyenda.

 

En un libro como este, que tiene la sabiduría de andar a tientas entre locura y cordura, puede ocurrir que el esposo de una entrevistada interrumpa el diálogo en el mejor momento para opinar: “Ese verso es una mierda”, o que César —el siempre lúcido César López— nos cuente un poco de la verdad del caso Padilla y nos advierta que un mundo peor también es posible.

 

Alicia Elizundia ha preguntado a seis de sus ocho entrevistados sobre los años grises en que siniestros personajes —con el beneplácito del Estado— se pavonearon sobre el enorme territorio de nuestra cultura. Parece una obsesión de ella el reclamo constante a la reescritura objetiva, todavía pendiente, de dicha página dentro de la historia oficial.

 

Sin perder la memoria hace un aporte al acto de constante escritura y reescritura de la nación, necesidad perenne de la nación misma, pero no solo por la indudable calidad de sus entrevistados, sino también por la tozudez con que Alicia, la nuestra, suele ser humildemente certera. Ella salva palabras que pudieron esfumarse en el éter. Nos hace mínimas presentaciones de sus entrevistados, porque ellos mismos se presentarán de la mejor manera cuando respondan las preguntas —y así parece haber trasladado a la entrevista el principio de la pirámide invertida, tan caro al género de la información—. Ella no dice una palabra de más, pero tampoco de menos; sabe ser delicada y a la vez incisiva. Nunca se borra, ni tampoco se roba el primer plano. No retoca las partes en que pudo lucir mal: admite ser rectificada por el Otro, el que suelta su alma ante el espejo. Ella nos ha regalado un texto donde resulta imposible hallar un solo párrafo aburrido, porque ha tenido el arte de la precisión y la habilidad necesaria para mostrarnos la variopinta diversidad humana de los poetas de Cuba.

 

Sin perder la memoria se suma ya el currículo groseramente enorme de su autora. Allí la Alicia nuestra, la escritora Alicia Elizundia, nos convida a un impresionante viaje que comienza en el País del Espejo pero culmina, de algún modo, en el País de las Maravillas.

 

Yamil Díaz

12 de julio de 2011

 

 

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