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Blog de Alicia Elizundia

Sin perder la memoria

Sin perder la memoria

 (Conversación con César López)* 

Estar al servicio de la poesía es estar al servicio de la libertad», ha dicho César López, Premio Nacional de Literatura. Quizás esta ha sido una de las razones por las que se ha mantenido junto al verso durante más de cincuenta años, y porque ha sido el verso el mejor modo de expresarse, de ser honesto y de mostrar su identidad.

Mientras conversa, el autor de Libro de la ciudad, cita una y otra vez a algún poeta o escritor, entre todo el arsenal de lecturas que guarda su memoria.

Su hablar pausado y reflexivo no evade ninguna pregunta, y su mirada se pierde en el recuerdo de su Santiago natal, o en el inmenso mar del norte habanero, el mismo mar que a veces lo ha colmado de quietud y que, cuando ha estado lejos de él, ha salido a buscar.

Más de medio siglo dedicado a la literatura es una buena razón para intuir que usted cree en la utilidad de este arte. ¿Cómo ha podido verlo en la práctica de su vida, con su obra?

«Verte y no verte», diría un conocido poeta español que navegaba lejos. ¿De qué se trata o de qué se pregunta: la utilidad del arte o el arte en sí, mi convicción, mi creencia, mi vida, o mi supuesta obra? Nunca me he planteado la utilidad como fundamento de la creación. Eso, si resulta —cosa por demás muy gratificante y hasta necesaria—, se da por añadidura. Pero, independientemente de cierto juego de palabras al que tal vez soy muy inclinado, siento una relación íntima entre vida y literatura, creación, que vuelve útil a la segunda y sostiene agonizante a la primera. Sostén y agonía quizá a la manera de Unamuno.

Desde aquellas primeras publicaciones en Ciclón hasta hoy, ¿de qué no ha podido desprenderse César López como poeta?

De mi condición de servidor de la poesía. Es decir, de la cultura y —¿por qué no ser reiterativo, casi tautológico?— de la propia vida. Desde aquella época buscaba, creo, la identidad del yo y la circunstancia. En ello permanezco con insistencia.

Algunos valoran su poesía como punzante, irónica y polémica, ¿estas formas de decir tienen que ver con su vida? ¿Escribir y existir son una misma cosa para César López?

Diría que sí. Volvemos al concepto del ser y el estar, en la vida y en la poesía. El misterio, metafórica o metafísicamente, ya estaba expresado o planteado en José Martí: «Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche. ¿O son una las dos?». Si aceptamos que Patria es ámbito vital, vemos que la asimilación del lugar supera cualquier catástrofe atribuida al destino. Pueblo y «escribir para el Pueblo, qué más quisiera yo», modestamente anhelaba Antonio Machado. Y la palabra se ensancha y profundiza en la vida, ¿o es al revés, que resulta lo mismo?

¿Qué pasó entonces durante los quince años que estuvo sin publicar?

 

Que «pasó el tiempo y pasó un águila sobre el mar». El silencio editorial no implicó ausencia de escritura y mucho menos de vida. De todos modos, me gustaría, una vez más, hacer algunas precisiones. Mi último libro publicado en Cuba, en aquella época, fue Primer libro de la ciudad, que apareció en 1967, y no fue hasta 1982 que la misma editorial, Unión, presentó Quiebra de la perfección; aunque en ese lapso de tiempo salieron un par de libros en España que, por cierto, quiero aclarar, fue en los primeros meses, más o menos, del gran silencio y sin ninguna gestión de mi parte, pues en realidad prefería que, de no publicar en Cuba, tampoco sucediera en otro lugar. Como sucedió a otros escritores cubanos, mi nombre «desapareció» de la circulación literaria de nuestra patria. En el antiguo catecismo, de la enseñanza  católica, existía esta respuesta para cierta pregunta que puede en este caso ser equivalente: «No me preguntes a mí que soy un ignorante, doctores tiene la Iglesia que te sabrán contestar mejor». No hay que olvidar que existen muchas y diferentes iglesias, de muy variados credos y que en la mayoría de ellas, junto a la nobleza, habita la miseria, el fanatismo, el fundamentalismo y, por qué no, la burocracia como mal enemigo de la historia y buen aliado del poder.

¿Exactamente cuál fue la razón por la que su cuaderno Segundo libro de la ciudad estuvo prohibido durante dieciocho años?

Supongo que tiene que ver algo con la respuesta anterior. Lecturas torpes y amañadas, o aquello de que «todo es según el color del cristal con que se mira». No hay que olvidar que cuando el libro aparece en Barcelona, en 1971, por razones de censura no previa, la sección «Salmo y comentarios» fue suprimida, hábilmente, por la Editorial Ocnos, para que pudiera ser distribuido el tomo.

¿Cómo asumió su reaparición en el panorama literario cubano después de quince años?

Con un verso del poeta cubano Enrique Hernández Miyares: «Todo noble tesón al cabo alcanza/ fijar las justas leyes del destino». Paradoja, después de lo que con anterioridad dije del destino. Pero siempre «será la más hermosa». La literatura sirve y Cervantes sigue siendo un ejemplo. Hubo, también, generosidad y comprensión en muchos lectores en distintos y abundantes niveles.

¿Aquellos años de silencio editorial le hicieron callar o cambiar algo?

«No he de callar, por más que con el dedo,/ ya tocando la boca, o ya la frente,/ silencio avises, o amenaces miedos». Lección de Francisco de Quevedo.

¿Cómo valora el debate digital suscitado en 2007 entre un grupo de artistas, tanto dentro como fuera de Cuba, a propósito de la reaparición en televisión, luego de varios años, de algunas figuras que estuvieron muy vinculadas con lo que se conoció como el quinquenio gris de la cultura cubana o «pavonato»?

Todavía no se ha establecido un verdadero debate a propósito de esa situación, que hay quienes a veces de forma sutil quieren reeditar. Así quisieran algunos que se repitieran los errores, disparates, agresiones, para poder justificar sus actitudes. Lo que se ha llamado el «pavonato» comenzó mucho antes de la hipertrofiada publicidad del aumentativo nombre zoológico de corto vuelo y, desgraciadamente, también se prolongó —y a veces persiste e insiste— en sus miserias. Ahora bien, su consistencia, como en la zarzuela, «se balancea, se balancea».

Considero que es una obligación cultural, ética, evitar cualquier tipo de resentimiento. Lo que no significa una convocatoria al olvido. Casi en un tono sospechoso de un tergiversado origen religioso, insisto en perdonar y no olvidar, para evitar que se repitan hechos que sin temor pudiéramos calificar de infamantes. Perder la memoria conduce al desastre cultural e histórico.

Pero, ¿no cree que hay muchos resentimientos dormidos y daños por resarcir?

Aquella época de nuestra cultura no se ha revivido. Estoy hablando, desde luego, de lo errático de ciertos prolongados momentos. Ahora se comienza —con muchos riesgos y múltiples dificultades— a afrontar la vida sin exageraciones o pánicos triunfalistas o derrotistas. El azoro del triunfo o la derrota no conducen a ninguna parte. O tal vez sí, llevan al fracaso más terrible. La vanidad nos puso al borde del abismo y es hora de reconocernos tal como somos. No creo que debamos seguir considerándonos perfectos. En todo caso perfectibles, la perfección es una meta dinámica, nada más. Lezama hablaba de «la perfección que muere de rodillas». Pienso que hubo un sinnúmero de elementos que sirvieron de apoyo a la aparición de aquellos hechos que, sin embargo, no borran, o no deben empañar la grandeza de los otros sucedidos. Se trató de hacer una Revolución más grande que nosotros mismos, es momento de razonar sin abandonar las esperanzas de que «un mundo mejor es posible», pero con la constante lucidez que nos advierta que también un mundo peor es posible. Todo depende de nosotros mismos. Y el tiempo no se borra. Y también, ¡cuidado!, hay muchos interesados, sospecho que tanto fuera como dentro del país, en que lo grande, lo justo, lo digno, no se logre, sino que se frustre.

Lo pasado pasó, mas no tiene que volver a pasar. La inteligencia y la mesura pueden acompañar la pasión. Hubo responsables e irresponsables. Quizá intercambio de roles. Pero la salvación está, supongo, en comprender razonablemente los hechos. Sin olvidar que «el sueño de la razón engendra monstruos».

César, ahora que se ha recordado aquella época de nuestra cultura, de la cual aún hay muchas cosas por aclarar —como usted mismo ha señalado—; historia que muchos jóvenes no conocen, y otros sólo de manera fragmentada. ¿Cómo valora usted pasados los años, aquellos acontecimientos? ¿Pudiera abundar en detalles sobre lo acontecido?

Todavía no se ha hablado ni escrito lo suficiente de aquel período, de sus antecedentes y de sus consecuentes. Los días, los meses, los años, van deslizándose, la precisión se pierde, llega la vejez y puede surgir la mala fe y la decrepitud, independientemente de los puntos de vista de los actores, activos y pasivos, víctimas y victimarios. Sin presumir de tener toda la verdad ni todos los detalles, muchas veces me he espantado al leer o escuchar ciertas supuestas crónicas, inexactas y carentes de rigor… y mucho más, cuando intentan apresuradamente interpretar los hechos. Interesadamente, inclinándose hacia un lado o hacia otro.

 

Acerca de la triste noche de la autocrítica en la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (UNEAC) durante el caso Padilla, usted ha dicho: «creo que ya es tiempo de que entre todos vayamos dando nuestras opiniones y recuerdos, y así el rompecabezas de lo que no debió haber ocurrido se podría aclarar y armar». ¿Pudiera darnos detalles de lo vivido por usted aquella noche?

Después de los días de detención del poeta Heberto Padilla, justamente a las doce horas aproximadamente de su puesta en libertad, los también poetas Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez y yo, nos encontramos y juntos fuimos a la UNEAC, donde Padilla se entrevistó con Nicolás Guillén, ellos dos solos en el despacho del poeta y presidente. Eran aproximadamente las once de la mañana. Allí «decidieron» —cosa que a mi juicio y a juicio de los otros estaba «decidida» de antemano—, celebrar esa misma noche, en la sala Martínez Villena, una reunión para explicarles a los escritores la situación del poeta Heberto Padilla. De paso, ya lo sabíamos nosotros, algunos otros nombres serían invocados. Los que prepararon aquello, o lo cocinaron, habían advertido a Lezama Lima para que no asistiera. Padilla se refiere a eso en un agudo capítulo de su libro1 publicado mucho después en el extranjero —capítulo brillantemente escrito, pero falso en cuanto a que la visita narrada nunca existió—. Sin embargo, los argumentos resultaron dignos y valientes, y sobre todo ennoblecen la íntegra y solidaria actitud de Lezama, quien sin abandonar el humor y su erguido lenguaje desmonta un tanto el tinglado de la antigua farsa.

El joven poeta José Yanes, que fue citado y no concurrió, mas trepado por las rejas del palacete del Vedado escuchó y vio, espantado, toda la puesta en escena, aparentemente fue colocado al principio en un segundo y nebuloso plano, terminó confuso y poéticamente liquidado en el exilio. La mayoría de los escritores estaban presentes. No todos, desde luego. Virgilio Piñera, contra lo que afirman algunos testigos, sí estuvo, aunque no fue nombrado en la supuesta y prefabricada autocrítica, que se extendió a los otros escritores ya citados. Tampoco fueron denunciados Antón Arrufat, José Rodríguez Feo, José Triana, quienes habían sido atacados y ofendidos con anterioridad en la revista Verde Olivo, dirigida por Pavón Tamayo, en unos artículos firmados por el inexistente Leopoldo Ávila. Después de las palabras del Dr. José Antonio Portuondo y el mea culpa de Heberto Padilla, las «confesiones» de Belkis Cuza Malé, Pablo Armando Fernández, Manuel Díaz Martínez, Norberto Fuentes y las mías, hubo alguna que otra intervención, con signos e intenciones distintas, de Quesada, Martínez Hinojosa y René Depestre, y una nueva intervención de Fuentes, y también muchos aplausos por parte de la concurrencia. Al terminar, y por mucho tiempo, se prolongó esa «tortícolis política» que consistía en evitar hasta el más mínimo saludo a los enemigos. Muchos aplausos y la eliminación prolongada de todos esos nombres de la vida literaria de la patria, lo que incluía la desaparición de libros de las bibliotecas y hasta en muchos casos la imposibilidad de encontrar referencias en los ficheros y, naturalmente, interdicción de viajes, tanto al extranjero como al interior del país. Eso sí, hubo infinidad de fotógrafos, camarógrafos, informantes y similares que, sin embargo, y con la lógica de los tiempos que corrían, nada publicaron al respecto, con excepción de una editada reseña en la revista Casa de las Américas   —en la que nada tuvo que ver su director— y la sorprendente y única información de la noche aciaga en la revista Libre.

 

Al salir, sabiendo desde antes que «abril es el mes más cruel», se exacerbó la atmósfera de sospechas y persecuciones, que fue alcanzando y afectando no sólo a los públicamente humillados, sino también a otros como Antón Arrufat, Miguel Barnet, Eduardo Heras León, Ezequiel Vieta, Lina de Feria, Reynaldo González, Delfín Prats, etcétera, etcétera…

Como decía o insinuaba, si nos limitamos a la prensa cubana, especializada o no, con la excepción ya señalada de la revista Casa de las Américas, nada había ocurrido. La UNEAC, en ninguna parte o sitio se refirió al asunto. Nicolás Guillén, quien elegantemente hubo de «enfermarse» y no asistir a la ceremonia o juego de escarnio, volvió a su oficina y desde su aflicción intentó por todos los medios a su alcance mitigar los sufrimientos de los humillados y ofendidos. Tengo pruebas testimoniales de todo lo que intentó hacer para sacarnos del pantano sospechoso y muy alentado por muchos de «correcta postura política». No olvido ahora, ni nunca, la actitud solidaria, comprensiva y generosa de muchos colegas. Pintores como Portocarrero, Martínez Pedro, Sandú Darie, Juan David, Servando Cabrera, Raúl Martínez, Mariano, jamás me abandonaron; músicos como Harold Gramatges, Carlos Fariñas, Leo Brouwer, González Mantici, Carlos Puebla… Alfredo Guevara, valiente y firme en su comprensión humana y solidaria. Y Nicolás siempre a mi lado.

Parece que, burlando e invirtiendo el sentido, «la noche quedó atrás». Queremos que sea cierto y en eso estamos todos… o casi todos.

Siempre se habla de los años setenta como oscuros y difíciles para la cultura cubana. ¿Considera usted que aquel panorama llegó a ser revertido en su totalidad?

El proceso es lento y lo considero irreversible y, a la vez, confío en que sea irrepetible. Sí, fueron años oscuros y difíciles. Nada de quinquenio, ni gris. Largo lapso y más negro que la oscuridad. Recuérdese que lo negro no es ni siquiera un color, sino la falta de tonalidad. Quedan rasgos y la totalidad de la reversión que usted señala no ha llegado todavía, pero espero que esa toma de conciencia de la que estamos hablando nos permita alcanzarla. Es el estímulo de lo difícil que ya nos anunciaba Lezama.

A propósito de la Feria Internacional del Libro de La Habana 2007, en la que a usted se le rindió homenaje, varios diarios fuera de Cuba valoraron su discurso inaugural como un acto de valentía. Por ejemplo, el diario argentino Página 12, dijo que César López se animó a reivindicar a un puñado de autores cubanos «conflictivos». ¿Qué se propuso al mencionar a todos estos poetas y escritores?

El verbo «animar» me satisface más que la proclamación de supuesta valentía. Como esas palabras fueron pronunciadas delante del compañero Raúl Castro, me gustaría que se entendiera mi postura como reconocimiento a quien en ese momento detentaba y detenta la dirección del país, un compañero más, comprometido con la Historia, con el proceso de madurez revolucionaria que vive la Patria y ante quien sea posible hablar con respetuosa libertad, que sólo revela la postura entrañable de otro cubano perteneciente a su cultura, que incluye todo lo que nos conforma y sostiene contra lo que nos ataca e intenta destruirnos. Si algo me propuse, fue ser sincero, coherente y fiel a ideas y principios que alientan lo que considero condición de cubanía. La denominación de «conflictivo» no excluye a nadie del altar de la cultura patria. No volveré a mencionar nombres. Aquella vez me limité a aquellos que por haber fallecido tenían una obra completa. Pero no olvido a los que aún viven, aunque no compartan todas las concepciones vigentes en la Isla. Una cosa es el crimen y la traición y otra el disenso, el punto de vista diferente. Por otra parte, esa postura, matizada en el tiempo y el espacio, siempre ha sido la mía. Le pido que revise mis palabras cuando se me otorgó el Premio Nacional de Literatura en el año 2000, también Feria del Libro de aquel año. Y mis múltiples intervenciones, tanto en Cuba como en el extranjero, abogando por una cultura única, con sus distingos y diferencias, claro está. Y para algún supuesto enterado y sabidillo de ocasión, le aclaro que nadie, en ninguna esfera o nivel político, cultural y mucho menos «seguroso», conocía previamente del contenido de aquellas palabras. Unas semanas antes, en la ocasión del intercambio de correos electrónicos, había afirmado, con José Martí naturalmente, «yo soy honrado y tengo miedo». Ahora lo reitero, pero con la convicción de que los intelectuales gozamos del respeto que alguna vez, en un pasado cercano, trataron de arrebatarnos. Por eso agradezco los gestos de muchos dirigentes a partir de aquel momento, el diálogo sostenido y la comprensión de la voluntad constructiva de los creadores que mantienen, mantenemos, una adhesión, un compromiso permanente y crítico a la vez, con su Revolución. Además, el miedo, a diferencia del pánico, no paraliza.

Algunos artistas y escritores cuando son distinguidos con un alto reconocimiento, como es el Premio Nacional de Literatura que usted recibió en 1999, asumen un discurso desde la oficialidad. ¿Cómo usted ha logrado despojarse de ese discurso?

 
Precisamente por lo que le acabo de decir. La verdad, que en Cuba ya asomaba en los aforismos de Don José de la Luz y Caballero y toda la obra del Padre Varela, para no insistir en los poetas, hombres y mujeres que nos alientan desde siglos anteriores. La cultura, el sentimiento patrio, están por encima de la supuesta y muchas veces encasillada oficialidad. Y, no olvidemos, parodiando, como he hecho repetidas veces con anterioridad, a Calderón de la Barca, cuando hablaba de los astros: «Los premios inclinan, pero no obligan».

¿Por qué estos pronunciamientos suyos después de tantos años?

Porque tal vez sigo la orientación del Eclesiastés: «Tiempo de callar, y tiempo de hablar». Por lo cual se puede afirmar que hay tiempo de andar y tiempo de desandar lo andado. Y se hace camino al andar, como nos dejó dicho Antonio Machado y repitió valiente y musical Joan Manuel Serrat. En aquellos momentos de prohibición, ¿cómo y dónde me iba a pronunciar? Cuando las oportunidades se presentaron, y se han ido presentando, he proclamado lo que he estado pensando y que evolucionaba al mismo tiempo con el tiempo. Los años dan también entendimiento, no siempre, es verdad; y el diablo sabe más por viejo que por diablo. Algunas veces el diablo está fundido con el viejo, pero igual que la juventud no es una categoría definitiva del espíritu, y mucho menos de la inteligencia y la capacidad creadora, tampoco lo es la vejez. De senectute se puede divisar de juventute y dar como resultado una vida más plena. Lo que me queda por vivir. Como un bolero.

 

Usted suele repetir una frase de Lezama Lima: «La memoria prepara sorpresas». ¿Qué es lo que más lo sorprende cuando hace ejercicio de la memoria?

«Gamo en el cielo, rocío, llamarada». Así continúa Lezama. No puedo aceptar la pérdida de la memoria. No quiero. No me conformaría. Tampoco considero recomendable, ¡todo lo contrario!, la renuncia colectiva de la memoria, de eso que llaman la memoria histórica, pues sin memoria no hay historia posible, ni siquiera historieta. Sorprende el descubrimiento, que puede significar revelación y aviso, del pasado y hacia el futuro. Plenitud del presente.

¿Qué sentimientos le provoca cuando desde el balcón de su casa mira el mar que baña al malecón habanero? ¿Tendrán que ver estos sentimientos con el haber elegido anclar para siempre en esta isla?

«¡Que yo me voy a la mar de junio, niña, a la mar…». Con la venia de Mariano Brull. En el malecón habanero el balcón es un amplio portal y el sonido es perpetuo. A todas horas y en la alta noche, cuando surcan los barcos por la azul epidermis de los mares, para que René López me lo susurre al oído. Desde mi alta habitación en la ciudad de Santiago de Cuba, en Clarín y Rey Pelayo, contemplando la bahía lejana, pero visible y entrañable a la vez. Cuando vivía en Madrid, alejado del mar, tenía, cada vez que se presentaba la oportunidad, que salir a buscarlo… y llegué hasta Sètte donde me esperaba Paul Valery y «la mer, la mer, toujour recomencé». Esa es una razón, ser también criatura de islas, elegir estar adentro y frente al agua, «en fin, el mar».

1 Se refiere a La mala memoria,Ed. Plaza & Janés, Madrid, 1989.

2 Cfr.: Armando Chávez: César López: poeta en la ciudad, Ed. Sed de Belleza, Santa Clara, 2004.

 



* Esta entrevista forma parte del libro Sin perder la memoria, Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara 2010, en proceso de edición.

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