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Blog de Alicia Elizundia

La maestra que canta. La periodista que teje.

 Luis Cabrera Delgado.

 Abrir el libro de Alicia Elizundia sobre las memorias de la trovadora Teresita Fernández, es como pararse delante de un deslumbrante tapiz lleno de las más disímiles formas y vívidos colores. Teresita ha puesto los hilos,  y la periodista ha sabido tejerlos, no sólo para despertar sensaciones estéticas placenteras y agradables, sino también para mover el intelecto y la reflexión.

   Yo soy una maestra que canta no es un libro del que podamos decir que su lectura nos ha dejado un determinado sabor, porque su creadora ha sabido jugar con múltiples integredientes para mostrarnos un retrato de esta destacada cantautora, en el que están presente los más variados sentimientos del ser humano, los anhelos, frustraciones y goces que, en la vida de Teresita Fernández, siempre han estado en expresiones  más allá de los que experimenta cualquier hombre medio.

   El conocer la vida de esta mujer, independientemente de las condiciones particulares de su espacio y tiempo, bien puede servirle a cualquiera, lejos de su latitud, idioma y cultura, para un mirar diferente de la cotidianeidad, para un vivir espiritual más sano, para un mejoramiento de la existencia del ser humano.

    Por razones propias, primero del aldeismo, y después de la mediocridad y el conservadurismo oportunista, hubo poderosos que trataron de matar la artista que hubo y hay en Teresita Fernández, y durante años esta mujer sufrió de incomprensión, persecución y silencio –el duro silencio con que se condena al poeta-, mas la paciencia, el estoicismo y la caridad de una autoformación franciscana la conservaron para ella y para los demás hasta que los vientos que en mi pueblo anuncian el fin de la sequía, levantó la hojarasca y permitió el mágico resurgir de los brotes de la siembra.

   La nombrada y admirada, pero no por ello desconocida, Teresita Fernández anduvo entonces por el filo del peligro.  La leyenda le pisaba los talones para hacer presa de ella y convertirla en mito, el que como todo buen mito, no iba a ser más que una tergiversación de una realidad, ficción y símbolo que responde a quienes lo crean y no a la esencia misma de, en este caso, persona.

   Fue entonces época de homenajes y reconocimientos, oportunidad para verla de cerca y oirle cantar su antológico Vinagrito. Y Santa Clara, ciudad sumada al silencio oficialista después de su fallido intento por sofocarla, se vistió entonces de gala para la reconciliación. Mas cuidado quienes esperaron  que Teresita hubiese cedido un ápice de su irreverencia. Su desaliño, conducta social y compromiso incondicional con la verdad servieron de argumento  para alimentar el mito.

   Y si méritos hay que reconocer a Alicia Eluzundia, el primero en este caso sería la sagacidad periodística, esa suficiencia para más allá de donde vemos todos, ese talento de descubrir la verdadera naturaleza que se oculta detrás de las apariencias. Y de sólo verla descender del auto y traspasar la arcada del primer recibimiento, supo de la riqueza del testimonio vivo que era cantautora valor. No más la oyó hablar de Martí y de los niños se propuso llegar a esta mujer. Para ello se valió no sólo de la técnica de una buena entrevistadora, sino también de la amistad, comprensión y admiración mutua que fue surgiendo en el transcurso del trabajo, y con la paciencia del orfebre la fue desnudando página a página para mostrarnos, no sólo la cantadora de Dame la mano, sino al verdadero y extradordinario ser humano que hay Teresita Fernández.

    Formalmente Soy una maestra que canta es más que un simple testimonio. Es –si es que este género existe- un documental literario. Con un hilo conductor narrado en primera persona, por el que vamos conociendo los pasajes de la vida de la protagonista, oportunamente, la autora recurre a documentos, testimonios de las más disímiles personales, entrevistas, recortes de prensa, poesías y letras de canciones que complementan y conforman la vida que se nos cuenta.

    La labor de composición de este libro demandó, además de la Alicia periodista, de la sensibilidad y talento de la Alicia creadora. Ahí están también sus oportunos comentarios, su capacidad descritiva, su poética narrativa y su talento artístico. Con la sagacidad propia de una buena comunicadora, la autora, despertándonos saviamente el interés por la historia, nos conduce a la lectura amena de lo escrito, la que sólo se interrumpe por los momentos de reflexión que la polisemia  del texto provoca.

   Sabio el jurado del Concurso Nacional de Literatura de la Unión de Escritores y Artista de Cuba que supo otorgarle el Premio (PONER EL NOMBRE DEL PREMIO) del 2000 a Alicia Elizundia por la calidad de su libro Soy una maestra que canta. Su lectura, independientemente de compartir o no la filosofía de Teresita Fernández, acerca al ser humano que hay en ella; independientemente de hacer o no hacer míos sus valores, permiten admirarla más allá de su condición de artistas;  y al talento de la Elizundia se le debe.

   No recuerdo haber leído un libro que, junto al mero goce estético, me entrege de manera tan pudorosamente íntima y total a una persona –buena y sensible- haciéndome de alguna forma, también mejor a mí. Estoy seguro de que esta experiencia se repetirá también en todos y cada uno de quienes tengan la oportunidad de leer el regalo que Alicia Elizundia nos ha hecho.

 

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