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Blog de Alicia Elizundia

Vivir entre la locura y la cordura

Vivir entre la locura y la cordura

(Entrevista con el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar)[1]

 Luego de tres décadas sin venir a Santa Clara, converso con Roberto Fernández Retamar. «Una buena razón para ser tolerante ante una entrevista», le digo a este hombre delgado, alto, barbudo, y con una personalidad que inspira  respeto.

A medio siglo de haberse iniciado en la literatura, recuerda  de aquellos tiempos una entrevista que hiciera a Ernest Hemingway, la que hoy considera intrascendente. Después vinieron sus años de experiencia en la revista Orígenes, junto al escritor José Lezama Lima.

A pesar de ser autor de más de quince libros de poesía, la obra poética de Retamar, premio Nacional de Literatura en 1989, ha sido motivo de disímiles controversias.

¿Qué prefiere que pongan en primer lugar: al Retamar ensayista o al Retamar poeta?

 No es lo que prefiera, es lo que es, ¿no? Yo soy un poeta, un poeta que escribe ensayos a partir de mi condición de poeta; sin embargo, es posible que sean más conocidos algunos de mis ensayos que algunos de mis poemas, porque la poesía, como la música de cámara, se dirige a un público más restringido, y eso hace que algunos lectores me vean como un ensayista, un ensayista que escribe versos, cuando en realidad soy un poeta que escribe ensayos.

Si, a pesar de tener una obra bastante extensa y de haber recibido importantes premios, hay algunos que lo prefieren como ensayista.

Los más me prefieren como nada, o sea, no me prefieren en absoluto, pero bueno, algunos generosos lo hacen de una forma o de otra. Tengo una obra extensa porque he vivido sesenta y cinco años. Si empecé a escribir hace cincuenta años, pues claro, en cincuenta años, a no ser que uno sea un holgazán impenitente, he hecho muchas cosas.

Usted dice que los más lo prefieren como nada. ¿Lo dice a conciencia? ¿Eso es así?

No, lo digo por coquetería.

¿Como ve el hecho, Retamar, de que muchos jóvenes poetas hoy retomen el conversacionalismo en la poesía?

Bueno, no soy muy simpatizante de ese término que desgraciadamente ha hecho fortuna. Vamos a suponer que ese término tuviera que ver con el lenguaje de la conversación, en ese sentido la poesía siempre ha estado vinculada de alguna manera a la conversación, la poesía se ha definido de muchas maneras, y en una de ellas, es como la flor de la palabra. Las personas hablan constantemente de manera poética aunque no siempre sean conscientes de eso, ¿no?

Ello nunca se nota más que cuando oímos a un niño hablar, porque para el niño no hay diferencia entre el lenguaje lógico y el lenguaje poético, el niño habla al mismo tiempo en un lenguaje lógico y en un lenguaje poético, en un lenguaje tan lógico donde tenemos que corregir porque dice, por ejemplo, «no cabo». Lo mismo ocurre en las cosas precisas que dicen todos los niños. Yo he tenido dos hijas y tengo una nieta y dos nietos, de manera que volví a ser testigo del espectáculo impresionante que es el nacimiento de la poesía. La poesía nace todos los días, todas las horas, todos los minutos, en cada criatura que viene a la vida.

Por eso no me parece extraño que los poetas jóvenes no echen por la borda este diálogo fecundo entre la palabra viva, hablada, de todos los días, y la palabra de lo que suelen llamar poesía.

A propósito del conversacionalismo. ¿Alguna vez le han tildado  su poesía de panfletaria?

No, el conversacionalismo no tiene nada que ver con el panfletarismo porque en las conversaciones no es donde se es panfletario, se es panfletario en los discursos, en las manifestaciones ideológicas muy marcadas, ¿no? Creo que nunca me hayan llamado panfletario, entre las cosas que me han llamado, por la sencilla razón de que no lo soy. La poesía panfletaria por excelencia no tiene nada que ver con la conversación. Es altisonante, grandilocuente, y eso no ocurre en la conversación. Aunque yo soy algo loco, mi locura no va por ese camino.

«Homenaje al olvido» es un poema que recibió el elogio de Cortázar, «Aniversario» es un poema donde no abundan las imágenes poéticas. ¿Cómo es posible hacer dos poemas tan diferentes?

Sería terrible que le pasara a uno lo que una vez dijo Ezequiel Martínez Estrada: «Hay escritores, los pobres, que tienen el estilo de su estilo», que quedan presos de ellos mismos, ¿no? La vida es millonaria y múltiple, y la poesía no es más que una parte de la vida. Esos dos poemas son dos formas y dos momentos distintos. La poesía tiene la intensidad de las imágenes que es muy grande en algunos poemas y menos en otros.

Un poeta lleva dentro de sí muchos poetas. Uno es mucho, entre otras cosas. Uno fue un niño, uno fue un adolescente, uno fue un joven, uno fue una persona madura. ¿Y a dónde fueron a parar todos esos yo de uno? Fueron a parar a uno mismo y viven como las capas geológicas en una montaña, ¿no? Eso me ocurre a mí como a cualquier otra persona, unas veces una capa geológica pide la palabra, y otras se la quitan, eso explica esa variedad entre ambos poemas, que para mi vida representan cosas importantes.

¿Cómo queda usted después de escribir un poema que se distingue por esa gran carga poética, que cuando termina imagina va a impactar a la gente?

Eso no lo sabe uno, yo he escrito poemas…ese mismo que usted menciona, «Aniversario», un poema que se llama «¿Y Fernández?», «El otro»…, que no tenía la más remota idea de que iban a impactar a nadie, al contrario, eran poemas tan personales que pensé que no le iban a interesar a nadie. Después me encontré con la sorpresa de que esos poemas tan personales son los que tienen cierta acogida, lo que me hizo pensar que la poesía que realmente estremece a uno es la personal, porque uno carga esos poemas de un contenido específico. El ejemplo clásico nos los dan las rimas de Bécquer, las que nacieron de una coyuntura particular, una sevillana le fue infiel a Bécquer; sin embargo, cuando leemos estas rimas ni pensamos en esa sevillana, lo que pasa es que cargamos esas rimas con nuestras propias vivencias.

¿Por qué le gusta autodefinirse como un loco?

No me gusta tampoco, sencillamente así son las cosas y uno debe ser sincero. No es que sea un loco de atar, de vez en cuando he estado en algún que otro hospital, a diferencia de los locos con carné, he logrado salir de ellos. Sencillamente cada uno tiene su dolencia, ¿no? Y mi dolencia es cierta inestabilidad síquica, no es locura, no llega a ser locura, pero tampoco llega a ser cordura, y en esas aguas intermedias suelo vivir.

Yo soy depresivo, padezco de depresión. No es una cosa tan grave que me impida vivir y trabajar. Sencillamente me ocurre como le ocurre a una enorme cantidad de personas. Este carácter mío ha pesado en que haya escrito algunos poemas relacionados de alguna forma con este tema. El más conocido se llama «Felices los normales».

¿Y cuando está en ese estado depresivo puede escribir?

 No, cuando estoy en ese estado depresivo apenas puedo vivir, muchísimo menos escribir. La pobre Adelaida me acompaña pacientemente como una pastora de sombras y me permite sobrevivir.

A propósito de la locura, cuarenta y tres años junto a Adelaida, ¿eso no es un rasgo de verdadera cordura?

Sí, sí, ese es el rasgo de cordura mayor que he tenido en mi vida. La pobre ha pagado caro, pero seguramente es lo más hermoso que me ha pasado.

Bueno, suponga que usted volviera a nacer y tuviera que escoger entre estas tres cosas: volver a viajar como lo ha hecho, tener una obra prolífera o reencontrarse con Adelaida.

Escogería lo tercero, porque sin ello las dos primeras no podrían ocurrir.

Hablemos de la Casa de las Américas, de la cual usted es presidente. Más allá de una institución, ¿qué es hoy la Casa, Retamar?

Alguien dijo que la Casa es un estado de espíritus. La Casa es una institución marcada para siempre por dos hechos unidos entre sí: la Revolución Cubana que la creó como institución, y Haydée Santamaría que la parió como se pare a un ser humano. Están muy relacionadas ambas cosas, porque para mí Haydée es una de las encarnaciones más hermosas y más bellas de la Revolución Cubana, y la conjunción de estos dos hechos tan ligados explican la naturaleza de la Casa. Haydée llegó a convertirse en una figura sagrada, mítica para los escritores y artistas que la conocieron, y fueron millares: Martínez Estrada, Cortázar, Víctor Jara…. Tantísimos escritores y artistas, y la Casa ha tratado de ser fiel a esa conjunción de astros en el cielo que la hizo nacer.

Quisiera que me hablara de algunas personas con las cuales ha tenido amistad. En pocas palabras, ¿qué representan para usted…?

 

Juan Marinello: Un maestro grandioso e inolvidable. Cuando yo era un adolescente quería ser el secretario de Marinello, cosa que nunca ocurrió, y cuando publiqué Elegía como un himno. (A Rubén Martínez Villena), el primer ejemplar se lo envié a Juan Marinello con esta dedicatoria: «A J.M., a su alta vida», y no tuve ninguna razón en mi vida para modificar este criterio.

Lezama Lima: Mi padrino poético, a Lezama le debo la publicación de mis primeros poemas en Orígenes, lo que fue decisivo en mi existencia. Para mí, el imaginero mayor de nuestra poesía. Un hombre de palabra fastuosa y genial, un animador cultural de primer orden.

Samuel Feijóo: Un hermano mayor, más loco que yo, y que pagó muy caro su locura. Un animador cultural fabuloso, un artista que aún no ha recibido el inmenso reconocimiento que merece. Samuel es una de las criaturas mayores nacidas en nuestro país, y espero vivir para ver que se le reconoce el altísimo lugar que merece.

Julio Cortázar: Uno de los hombres más dulces, más valientes, más inquietos, más inteligentes. Una felicidad haberlo encontrado.

Jorge Luis Borges: Un maestro a distancia, con el que comparto muchas inquietudes que suelen llamarse metafísicas, por cuya criatura tengo una ilimitada admiración, y varias de cuyas ideas políticas me es imposible compartir. Borges era un genio cuando escribía y un niño cuando opinaba políticamente.

Y Haydée Santamaría: El gran privilegio que me dio la vida fue encontrar a Haydée y trabajar al lado de ella durante quince años.

Retamar, ¿cómo usted siendo un escritor de la vieja generación, pudo adaptarse y acoger bien a la Revolución Cubana?

Hay muchas razones. Cuando empezó la Revolución yo no era un escritor de la vieja generación, por el contrario, era un escritor de la generación emergente. Tenía veintiocho años al triunfo de la Revolución y, por otro lado, soy socialista desde mi más temprana edad intelectual. He contado varias veces, y a Adelaida le da gracia oírlo pero no puedo cambiar las cosas como fueron, que entre otros factores la lectura del último libro de Bernard Shaw, que en español se llamó Guía política para nuestro tiempo, me ganó para las ideas del socialismo cuando tenía dieciséis años.

No fue la única razón, había otras, ¿no? Acabo de recordar que mi primer cuaderno de poesías Elegía como un himno  está dedicado a Rubén Martínez Villena, y yo tenía veinte años cuando eso. Entonces, soy socialista de toda la vida y no podía sino saludar con todo mi corazón el triunfo de la Revolución Cubana, que no comenzó siendo una revolución socialista, sino una revolución de un nacionalismo de resistencia, con una gran voluntad de justicia social, todo lo cual le venía del maestro de todos nosotros y de la figura central de mi vida intelectual, moral, estética, que es José Martí. La ulterior conversión de la Revolución en socialista no hizo sino ratificarme la felicidad de esta Revolución que es mi vida. Ahora soy un escritor de la vieja generación, pero he envejecido junto con la Revolución, ella no ha envejecido y en la Revolución se realizan los sueños de mi vida. Eso no quiere decir que sea ciego y que ignore que la Revolución ha cometido errores, y que los comete y que los va a seguir cometiendo, porque eso es lo propio de la vida. Entre los grandes derechos que hemos conquistado está el de equivocarnos.

Le voy a recordar algo que sé que para usted es desagradable. En sus memorias, Pablo Neruda lo cataloga como un sargento.* ¿Cómo asumió el hecho de que un premio Nobel de literatura le diera ese calificativo?

En primer lugar, Pablo no era premio Nobel en ese momento; en segundo lugar, el premio Nobel se ha otorgado muchas veces con justicia y otras  con tremenda injusticia, y los premios en general son azarosos; y, en tercer lugar, no solo de mí dice eso Pablo, en sus memorias dice cosas muy feas de Alejo Carpentier, de Nicolás Guillén, y también de alguien más importante que todos nosotros y que se llama Fidel Castro. Esas opiniones de él sobre Alejo, Nicolás, sobre Fidel, sobre mí, no dicen nada sobre nosotros, dicen sobre él, pero no dicen nada nuevo porque ya conocíamos a ese Neruda. Si yo le digo a usted una grosería, la grosería no la define a usted, me define a mí.

Sesenta y cinco años, una obra amplia, un amor de cuarenta y tres años, un hombre que conoce mundo. ¿Qué le hace sentir insatisfecho a Retamar, después de haber desandado tantos caminos?

Nada… Creo que he vivido la vida que quería vivir. Creo que tengo la familia que quería tener. He hecho y sigo haciendo lo que quiero.

Me siento feliz por todo ello. Ni sabía que iba a tener el privilegio de ser partícipe, por modesto que fuera, de una de las grandes hazañas que ha tenido la humanidad: la Revolución Cubana. Entre mis amigos se encuentran algunas de las personas mayores de este siglo, usted ha mencionado a algunos, yo podría añadir a otros como Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Cintio Vitier…. He dialogado con Fidel, con el Che, estuve en Vietnam durante la guerra, en Chile cuando el gobierno de la Unidad Popular, y en Nicaragua, cuando intentó su proceso revolucionario. La realidad es que la vida me ha dado muchísimo más de lo que yo merezco, si yo me llamara Violeta Parra diría: «Gracias a la vida».

1995.

[1] Esta entrevista  forma parte del libro Sin perder la Memoria, Premio Fundación de la Ciudad 2010. Ediciones Capiro, 2011

*Al responder una carta abierta firmada por más de un centenar de intelectuales cubanos, quienes se manifestaron en contra de la aceptación del poeta chileno de asistir a una invitación, en junio de 1966, del  PEN club estadounidense,  Neruda opina sobre varios escritores cubanos y cataloga a  Roberto Fernández Retamar, como «sargento» y «uno más entre los arribistas políticos y literarios de nuestra época».

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