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Blog de Alicia Elizundia

De los libros publicados

Alicia y la maravilla de la entrevista

Alicia y la maravilla de la entrevista

Este jueves 26 de abril Alicia Elizundia recibirá el título de Doctora en Ciencias de la Comunicación en el Aula Magna de la Universidad de La Habana. Periodista cultural y profesora universitaria: sus oyentes han contado el privilegio de tenerla en la radio por más de 25 años, y sus alumnos de Periodismo en el aula desde 2002.

Varios meses atrás, a raíz de la publicación de su libro de entrevistas Sin perder la memoria, dimos riendas a esta conversación.

¿Cómo hace Alicia para ver más allá de la apariencia de los entrevistados?
Te confieso que cuando voy a entrevistar a alguien, y sé que me falta una semana, comienzo a vivir con esa persona todo el tiempo: lo hago que se convierta en mi compañía.

Y en el acto de la entrevista, ¿cómo hace para llevar al entrevistado del yo público al yo íntimo?
Trato de que la persona se centre bien en lo que estamos hablando, de que se traslade a esa intimidad que una siempre trata de buscar en la entrevista, de que se olvide que tiene la grabadora delante de sí, y que termine haciendo confesiones que, como me han contado algunos entrevistados, no le han hecho ni a un psicólogo ni a la almohada. A una siempre le gusta que le cuenten cosas que no le hayan contado a nadie.

¿Ha sentido miedo frente algún entrevistado?
Claro, casi siempre… Siempre me sobrecoge, pero eso no me preocupa, porque un día le escuché decir a una profesora que cuando no ocurra eso ya no tendría sentido hacer una entrevista o un trabajo periodístico.

Muchas veces Alicia se autodefine como perfeccionista, pero donde pudo lucir mal o donde parece inexacta ella prefiere no retocarse ni cambiarse, prefiere ser rectificada por el entrevistado…
Sí, eso le da más naturalidad a la entrevista. También me lo dijo la profesora Miriam Rodríguez Betancourt: veo que cuando el entrevistado te rectifica tú lo dejas así. Con todo propósito, profesora —le contesté— porque el diálogo transcurrió así; eso hace más creíble la entrevista.

Muchas personas dicen que usted agrede con dulzura. ¿Qué está primero, la mujer dulce o la periodista agresiva?
Es una combinación de ambas cosas. Yo me propongo agredir pero lo hago con dulzura porque sacar las zonas oscuras de una persona no resulta grato y me puede romper la relación de empatía que tengo con mi entrevistado.

Marta Rojas definió Sin perder la memoria como un patrimonio de la cultura cubana. ¿Se siente usted dentro de ese patrimonio?

Lo que creo es que he tenido la oportunidad de conversar con esas personas que indiscutiblemente forman parte del patrimonio de la cultura de este país; y ese ha sido un privilegio que me ha dado el periodismo y el trabajo durante 25 años en esta casa grande, este palacio de la radio que es la CMHW. Si de alguna manera ellos forman parte de ese patrimonio y yo estoy revelando lo que han vivido, pues creo que por eso Marta Rojas definió así mi trabajo.

Profe, después de 25 años dedicados al periodismo, a la literatura y al magisterio, ¿qué prefiere?
Los tres son únicos para mí. Ya no podría prescindir de una cosa o la otra. Necesito seguir escribiendo libros, me encanta pararme delante de un aula y escuchar los criterios de ustedes, y por supuesto, no puedo abandonar el periodismo que es a lo que me he dedicado toda la vida.

Doctora en Ciencias de la Comunicación, periodista cultural, profesora, ¿cómo es la vida de Alicia cuando llega a su casa?
Todo eso es una gran locura. Soy una persona aparentemente calmada, lo que a veces la tormenta va por dentro.
A mí me encanta hacer vida cultural; no voy solo a las peñas porque atiendo Cultura, voy porque me gusta escuchar a las personas que hacen música en la provincia. Me encanta ir a El Mejunje, me encanta ver lo que pasa en esta ciudad, en la casa de la UNEAC, en el teatro.
En el aula casi siempre les repite a sus alumnos que a la creatividad no se le puede poner límites. ¿Ha tenido algún límite Alicia?
No, lo que no he hecho es porque no me lo he propuesto o porque razones ajenas me lo han impedido. Pero todo lo que he querido hacer y me he propuesto, con las condiciones materiales a mi alcance, lo he hecho.

¿Cuál es la entrevista que no ha podido conseguir todavía?
Hay muchas que sueño hacer… Por ejemplo, me encantaría entrevistar a Hugo Chávez. Y dicen que los sueños no se revelan para que se den, y ahora te lo he contado.

Entonces, ¿qué es más fácil: ser entrevistada o ser entrevistadora?
Para mí… ser entrevistadora. Mucho más fácil.

Fuente: Carlos Alejandro Rodríguez Martínez, estudiante de Periodismo

Vivir entre la locura y la cordura

Vivir entre la locura y la cordura

(Entrevista con el poeta y ensayista Roberto Fernández Retamar)[1]

 Luego de tres décadas sin venir a Santa Clara, converso con Roberto Fernández Retamar. «Una buena razón para ser tolerante ante una entrevista», le digo a este hombre delgado, alto, barbudo, y con una personalidad que inspira  respeto.

A medio siglo de haberse iniciado en la literatura, recuerda  de aquellos tiempos una entrevista que hiciera a Ernest Hemingway, la que hoy considera intrascendente. Después vinieron sus años de experiencia en la revista Orígenes, junto al escritor José Lezama Lima.

A pesar de ser autor de más de quince libros de poesía, la obra poética de Retamar, premio Nacional de Literatura en 1989, ha sido motivo de disímiles controversias.

¿Qué prefiere que pongan en primer lugar: al Retamar ensayista o al Retamar poeta?

 No es lo que prefiera, es lo que es, ¿no? Yo soy un poeta, un poeta que escribe ensayos a partir de mi condición de poeta; sin embargo, es posible que sean más conocidos algunos de mis ensayos que algunos de mis poemas, porque la poesía, como la música de cámara, se dirige a un público más restringido, y eso hace que algunos lectores me vean como un ensayista, un ensayista que escribe versos, cuando en realidad soy un poeta que escribe ensayos.

Si, a pesar de tener una obra bastante extensa y de haber recibido importantes premios, hay algunos que lo prefieren como ensayista.

Los más me prefieren como nada, o sea, no me prefieren en absoluto, pero bueno, algunos generosos lo hacen de una forma o de otra. Tengo una obra extensa porque he vivido sesenta y cinco años. Si empecé a escribir hace cincuenta años, pues claro, en cincuenta años, a no ser que uno sea un holgazán impenitente, he hecho muchas cosas.

Usted dice que los más lo prefieren como nada. ¿Lo dice a conciencia? ¿Eso es así?

No, lo digo por coquetería.

¿Como ve el hecho, Retamar, de que muchos jóvenes poetas hoy retomen el conversacionalismo en la poesía?

Bueno, no soy muy simpatizante de ese término que desgraciadamente ha hecho fortuna. Vamos a suponer que ese término tuviera que ver con el lenguaje de la conversación, en ese sentido la poesía siempre ha estado vinculada de alguna manera a la conversación, la poesía se ha definido de muchas maneras, y en una de ellas, es como la flor de la palabra. Las personas hablan constantemente de manera poética aunque no siempre sean conscientes de eso, ¿no?

Ello nunca se nota más que cuando oímos a un niño hablar, porque para el niño no hay diferencia entre el lenguaje lógico y el lenguaje poético, el niño habla al mismo tiempo en un lenguaje lógico y en un lenguaje poético, en un lenguaje tan lógico donde tenemos que corregir porque dice, por ejemplo, «no cabo». Lo mismo ocurre en las cosas precisas que dicen todos los niños. Yo he tenido dos hijas y tengo una nieta y dos nietos, de manera que volví a ser testigo del espectáculo impresionante que es el nacimiento de la poesía. La poesía nace todos los días, todas las horas, todos los minutos, en cada criatura que viene a la vida.

Por eso no me parece extraño que los poetas jóvenes no echen por la borda este diálogo fecundo entre la palabra viva, hablada, de todos los días, y la palabra de lo que suelen llamar poesía.

A propósito del conversacionalismo. ¿Alguna vez le han tildado  su poesía de panfletaria?

No, el conversacionalismo no tiene nada que ver con el panfletarismo porque en las conversaciones no es donde se es panfletario, se es panfletario en los discursos, en las manifestaciones ideológicas muy marcadas, ¿no? Creo que nunca me hayan llamado panfletario, entre las cosas que me han llamado, por la sencilla razón de que no lo soy. La poesía panfletaria por excelencia no tiene nada que ver con la conversación. Es altisonante, grandilocuente, y eso no ocurre en la conversación. Aunque yo soy algo loco, mi locura no va por ese camino.

«Homenaje al olvido» es un poema que recibió el elogio de Cortázar, «Aniversario» es un poema donde no abundan las imágenes poéticas. ¿Cómo es posible hacer dos poemas tan diferentes?

Sería terrible que le pasara a uno lo que una vez dijo Ezequiel Martínez Estrada: «Hay escritores, los pobres, que tienen el estilo de su estilo», que quedan presos de ellos mismos, ¿no? La vida es millonaria y múltiple, y la poesía no es más que una parte de la vida. Esos dos poemas son dos formas y dos momentos distintos. La poesía tiene la intensidad de las imágenes que es muy grande en algunos poemas y menos en otros.

Un poeta lleva dentro de sí muchos poetas. Uno es mucho, entre otras cosas. Uno fue un niño, uno fue un adolescente, uno fue un joven, uno fue una persona madura. ¿Y a dónde fueron a parar todos esos yo de uno? Fueron a parar a uno mismo y viven como las capas geológicas en una montaña, ¿no? Eso me ocurre a mí como a cualquier otra persona, unas veces una capa geológica pide la palabra, y otras se la quitan, eso explica esa variedad entre ambos poemas, que para mi vida representan cosas importantes.

¿Cómo queda usted después de escribir un poema que se distingue por esa gran carga poética, que cuando termina imagina va a impactar a la gente?

Eso no lo sabe uno, yo he escrito poemas…ese mismo que usted menciona, «Aniversario», un poema que se llama «¿Y Fernández?», «El otro»…, que no tenía la más remota idea de que iban a impactar a nadie, al contrario, eran poemas tan personales que pensé que no le iban a interesar a nadie. Después me encontré con la sorpresa de que esos poemas tan personales son los que tienen cierta acogida, lo que me hizo pensar que la poesía que realmente estremece a uno es la personal, porque uno carga esos poemas de un contenido específico. El ejemplo clásico nos los dan las rimas de Bécquer, las que nacieron de una coyuntura particular, una sevillana le fue infiel a Bécquer; sin embargo, cuando leemos estas rimas ni pensamos en esa sevillana, lo que pasa es que cargamos esas rimas con nuestras propias vivencias.

¿Por qué le gusta autodefinirse como un loco?

No me gusta tampoco, sencillamente así son las cosas y uno debe ser sincero. No es que sea un loco de atar, de vez en cuando he estado en algún que otro hospital, a diferencia de los locos con carné, he logrado salir de ellos. Sencillamente cada uno tiene su dolencia, ¿no? Y mi dolencia es cierta inestabilidad síquica, no es locura, no llega a ser locura, pero tampoco llega a ser cordura, y en esas aguas intermedias suelo vivir.

Yo soy depresivo, padezco de depresión. No es una cosa tan grave que me impida vivir y trabajar. Sencillamente me ocurre como le ocurre a una enorme cantidad de personas. Este carácter mío ha pesado en que haya escrito algunos poemas relacionados de alguna forma con este tema. El más conocido se llama «Felices los normales».

¿Y cuando está en ese estado depresivo puede escribir?

 No, cuando estoy en ese estado depresivo apenas puedo vivir, muchísimo menos escribir. La pobre Adelaida me acompaña pacientemente como una pastora de sombras y me permite sobrevivir.

A propósito de la locura, cuarenta y tres años junto a Adelaida, ¿eso no es un rasgo de verdadera cordura?

Sí, sí, ese es el rasgo de cordura mayor que he tenido en mi vida. La pobre ha pagado caro, pero seguramente es lo más hermoso que me ha pasado.

Bueno, suponga que usted volviera a nacer y tuviera que escoger entre estas tres cosas: volver a viajar como lo ha hecho, tener una obra prolífera o reencontrarse con Adelaida.

Escogería lo tercero, porque sin ello las dos primeras no podrían ocurrir.

Hablemos de la Casa de las Américas, de la cual usted es presidente. Más allá de una institución, ¿qué es hoy la Casa, Retamar?

Alguien dijo que la Casa es un estado de espíritus. La Casa es una institución marcada para siempre por dos hechos unidos entre sí: la Revolución Cubana que la creó como institución, y Haydée Santamaría que la parió como se pare a un ser humano. Están muy relacionadas ambas cosas, porque para mí Haydée es una de las encarnaciones más hermosas y más bellas de la Revolución Cubana, y la conjunción de estos dos hechos tan ligados explican la naturaleza de la Casa. Haydée llegó a convertirse en una figura sagrada, mítica para los escritores y artistas que la conocieron, y fueron millares: Martínez Estrada, Cortázar, Víctor Jara…. Tantísimos escritores y artistas, y la Casa ha tratado de ser fiel a esa conjunción de astros en el cielo que la hizo nacer.

Quisiera que me hablara de algunas personas con las cuales ha tenido amistad. En pocas palabras, ¿qué representan para usted…?

 

Juan Marinello: Un maestro grandioso e inolvidable. Cuando yo era un adolescente quería ser el secretario de Marinello, cosa que nunca ocurrió, y cuando publiqué Elegía como un himno. (A Rubén Martínez Villena), el primer ejemplar se lo envié a Juan Marinello con esta dedicatoria: «A J.M., a su alta vida», y no tuve ninguna razón en mi vida para modificar este criterio.

Lezama Lima: Mi padrino poético, a Lezama le debo la publicación de mis primeros poemas en Orígenes, lo que fue decisivo en mi existencia. Para mí, el imaginero mayor de nuestra poesía. Un hombre de palabra fastuosa y genial, un animador cultural de primer orden.

Samuel Feijóo: Un hermano mayor, más loco que yo, y que pagó muy caro su locura. Un animador cultural fabuloso, un artista que aún no ha recibido el inmenso reconocimiento que merece. Samuel es una de las criaturas mayores nacidas en nuestro país, y espero vivir para ver que se le reconoce el altísimo lugar que merece.

Julio Cortázar: Uno de los hombres más dulces, más valientes, más inquietos, más inteligentes. Una felicidad haberlo encontrado.

Jorge Luis Borges: Un maestro a distancia, con el que comparto muchas inquietudes que suelen llamarse metafísicas, por cuya criatura tengo una ilimitada admiración, y varias de cuyas ideas políticas me es imposible compartir. Borges era un genio cuando escribía y un niño cuando opinaba políticamente.

Y Haydée Santamaría: El gran privilegio que me dio la vida fue encontrar a Haydée y trabajar al lado de ella durante quince años.

Retamar, ¿cómo usted siendo un escritor de la vieja generación, pudo adaptarse y acoger bien a la Revolución Cubana?

Hay muchas razones. Cuando empezó la Revolución yo no era un escritor de la vieja generación, por el contrario, era un escritor de la generación emergente. Tenía veintiocho años al triunfo de la Revolución y, por otro lado, soy socialista desde mi más temprana edad intelectual. He contado varias veces, y a Adelaida le da gracia oírlo pero no puedo cambiar las cosas como fueron, que entre otros factores la lectura del último libro de Bernard Shaw, que en español se llamó Guía política para nuestro tiempo, me ganó para las ideas del socialismo cuando tenía dieciséis años.

No fue la única razón, había otras, ¿no? Acabo de recordar que mi primer cuaderno de poesías Elegía como un himno  está dedicado a Rubén Martínez Villena, y yo tenía veinte años cuando eso. Entonces, soy socialista de toda la vida y no podía sino saludar con todo mi corazón el triunfo de la Revolución Cubana, que no comenzó siendo una revolución socialista, sino una revolución de un nacionalismo de resistencia, con una gran voluntad de justicia social, todo lo cual le venía del maestro de todos nosotros y de la figura central de mi vida intelectual, moral, estética, que es José Martí. La ulterior conversión de la Revolución en socialista no hizo sino ratificarme la felicidad de esta Revolución que es mi vida. Ahora soy un escritor de la vieja generación, pero he envejecido junto con la Revolución, ella no ha envejecido y en la Revolución se realizan los sueños de mi vida. Eso no quiere decir que sea ciego y que ignore que la Revolución ha cometido errores, y que los comete y que los va a seguir cometiendo, porque eso es lo propio de la vida. Entre los grandes derechos que hemos conquistado está el de equivocarnos.

Le voy a recordar algo que sé que para usted es desagradable. En sus memorias, Pablo Neruda lo cataloga como un sargento.* ¿Cómo asumió el hecho de que un premio Nobel de literatura le diera ese calificativo?

En primer lugar, Pablo no era premio Nobel en ese momento; en segundo lugar, el premio Nobel se ha otorgado muchas veces con justicia y otras  con tremenda injusticia, y los premios en general son azarosos; y, en tercer lugar, no solo de mí dice eso Pablo, en sus memorias dice cosas muy feas de Alejo Carpentier, de Nicolás Guillén, y también de alguien más importante que todos nosotros y que se llama Fidel Castro. Esas opiniones de él sobre Alejo, Nicolás, sobre Fidel, sobre mí, no dicen nada sobre nosotros, dicen sobre él, pero no dicen nada nuevo porque ya conocíamos a ese Neruda. Si yo le digo a usted una grosería, la grosería no la define a usted, me define a mí.

Sesenta y cinco años, una obra amplia, un amor de cuarenta y tres años, un hombre que conoce mundo. ¿Qué le hace sentir insatisfecho a Retamar, después de haber desandado tantos caminos?

Nada… Creo que he vivido la vida que quería vivir. Creo que tengo la familia que quería tener. He hecho y sigo haciendo lo que quiero.

Me siento feliz por todo ello. Ni sabía que iba a tener el privilegio de ser partícipe, por modesto que fuera, de una de las grandes hazañas que ha tenido la humanidad: la Revolución Cubana. Entre mis amigos se encuentran algunas de las personas mayores de este siglo, usted ha mencionado a algunos, yo podría añadir a otros como Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Eliseo Diego, Cintio Vitier…. He dialogado con Fidel, con el Che, estuve en Vietnam durante la guerra, en Chile cuando el gobierno de la Unidad Popular, y en Nicaragua, cuando intentó su proceso revolucionario. La realidad es que la vida me ha dado muchísimo más de lo que yo merezco, si yo me llamara Violeta Parra diría: «Gracias a la vida».

1995.

[1] Esta entrevista  forma parte del libro Sin perder la Memoria, Premio Fundación de la Ciudad 2010. Ediciones Capiro, 2011

*Al responder una carta abierta firmada por más de un centenar de intelectuales cubanos, quienes se manifestaron en contra de la aceptación del poeta chileno de asistir a una invitación, en junio de 1966, del  PEN club estadounidense,  Neruda opina sobre varios escritores cubanos y cataloga a  Roberto Fernández Retamar, como «sargento» y «uno más entre los arribistas políticos y literarios de nuestra época».

SIN PERDER LA MEMORIA

(Palabras del poeta y periodista santaclareño Yamil Díaz  durante la presentación del libro que fuera premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara)

 

Un día de 1862, un excelente narrador inglés se empeñó en que la pequeña Alicia —la que cayó por un pozo y descubrió el País de las Maravillas— cruzara, además, a través del espejo. Del otro lado se abría un reino muy extraño, donde las cosas estaban al revés y los libros tenían los tipos impresos de derecha a izquierda.

 

Al País del Espejo entró también, en 1995, otra Alicia, Elizundia, cuyo instrumento mágico inicial era la radio. Durante cuatro años, en su programa Frente al espejo, muchos entrevistados dieron el salto no menos riesgoso de su yo público a su yo íntimo y quedaron como desnudos ante la audiencia. Pero el espejo de nuestra Alicia resultó un poco más mágico que el de Lewis Carroll, puesto que aquí, más bien, las cosas se ponían al derecho.

 

De esa experiencia periodística nació en parte lo que ahora es un intenso libro, escrito entre 1995 y 2007, que obtuvo en 2010 el Premio Fundación de la Ciudad de Santa Clara y Capiro publica bajo el título de Sin perder la memoria.

 

Ocho poetas —la mayoría de ellos ganadores de nuestro Premio Nacional de Literatura— acuden a estas páginas. Tal como avisa Marta Rojas en la nota de contracubierta: “Alicia Elizundia Ramírez nos ofrece en ocho entrevistas-testimonios, trabajadas literariamente con buen pulso y amenidad, un panorama de poesía consagrada…” Sin embargo, cuando uno lee —o, más exactamente, escucha— el texto, aquí hay poco que huela a consagración y mucho de desgarramiento, de frustración, de vidas dramáticamente humanas. “Hechos y puntos de vista diferentes —añade Marta—, sensibles, reflexivos, todo nervio y hasta todo humos, recogidos con delicadeza y a la vez profundidad, hacen de Sin perder la memoria un libro que anda ligero y firme. De hecho constituye una fuente literaria patrimonial, decididamente patrimonial…”

 

Con ese paso ligero y a la vez firme, de que habla Marta Rojas, la autora se aventura en el mundo privado de varios escritores. Y así como la Alicia de Carroll, a poco de entrar en el País del Espejo, se encontró con las flores parlantes, la Alicia nuestra convoca como primera entrevistada a una mujer: Lina de Feria. Y ya verán ustedes con cuánta naturalidad Lina se aleja de cualquier autocensura y narra acerca de sus amores lésbicos, de sus años en la cárcel, de la prolongada “parametración” a que fue sometida o de cómo se quedó en los Estados Unidos y de cómo regresó a su rinconcito de La Habana para seguir escribiendo sus poemas a mano, como siempre. Esta entrevista, por sí sola, merecía el premio que tan acertadamente le otorgaron a Alicia un año atrás Marta Rojas, Pedro de la Hoz y Alexis Castañeda.

 

Pablo Armando Fernández se ha parado también frente al espejo de la Alicia nuestra. Recuerda su primer poema, sus triunfos, sus fracasos, sus amigos... Ella pregunta de improviso: “Fidel conoce todo lo que usted ha pasado. ¿no?“ “Me imagino que sí —responde—, nunca le he preguntado, de eso nosotros no hablamos”. Y un ratico después, el apacible Pablo estalla: “si me sigues provocando, vas a fracasar”.

 

¿Cómo se las arregla esta entrevistadora para hallar un difícil equilibrio entre la famosa agresividad de una Oriana Fallaci y la suavidad femenina de una Bárbara Walters? Ese es tal vez uno de los mayores secretos de su oficio, porque, por muy mordaz que nos resulte a veces, nunca se rompe la atmósfera de plácida intimidad en que conversa con los testimoniantes. No importa que le mencione a Jesús Orta su participación en la redacción de los documentos del fatídico Primer Congreso Nacional de Educación y Cultura. Tampoco importa que le recuerde a Fernández Retamar los duros términos que Neruda reservó para él en un libro de memorias: Roberto se muestra más explícitamente metafórico que en sus propios poemas, y cuando Alicia lo aprieta con esta pregunta: “Usted dice que los más lo prefieren como nada. ¿Lo dice a conciencia? ¿Eso es así?”, a Roberto no le queda otra que confesar: “No, lo digo por coquetería”.

 

Y así prosigue el estallido humano de un libro como Sin perder la memoria, con personajes como Lina —quien ya ha pasado por varios ingresos en psiquiátricos—; un Indio Naborí que olvidó haberse mudado y regresó a la casa vieja; una Carilda que se autodefine como “trastornada”, y un Retamar que, contra toda apariencia, sufre agudas crisis depresivas y lo que él llama “una cierta inestabilidad psíquica”. Con estos personajes uno no puede menos que recordar el célebre parlamento del gato de Cheshire en un pasaje de Alicia en el país de las maravillas: “Todos estamos locos”.

 

En esta fiesta de la sinceridad, Naborí se muestra a gusto con su poesía de tribuna; Excilia con su defensa del acervo cultural afrocubano, Augier con la librería de su central, y Carilda con su condición de mujer “amorosa”, que no erótica, es decir: con su leyenda.

 

En un libro como este, que tiene la sabiduría de andar a tientas entre locura y cordura, puede ocurrir que el esposo de una entrevistada interrumpa el diálogo en el mejor momento para opinar: “Ese verso es una mierda”, o que César —el siempre lúcido César López— nos cuente un poco de la verdad del caso Padilla y nos advierta que un mundo peor también es posible.

 

Alicia Elizundia ha preguntado a seis de sus ocho entrevistados sobre los años grises en que siniestros personajes —con el beneplácito del Estado— se pavonearon sobre el enorme territorio de nuestra cultura. Parece una obsesión de ella el reclamo constante a la reescritura objetiva, todavía pendiente, de dicha página dentro de la historia oficial.

 

Sin perder la memoria hace un aporte al acto de constante escritura y reescritura de la nación, necesidad perenne de la nación misma, pero no solo por la indudable calidad de sus entrevistados, sino también por la tozudez con que Alicia, la nuestra, suele ser humildemente certera. Ella salva palabras que pudieron esfumarse en el éter. Nos hace mínimas presentaciones de sus entrevistados, porque ellos mismos se presentarán de la mejor manera cuando respondan las preguntas —y así parece haber trasladado a la entrevista el principio de la pirámide invertida, tan caro al género de la información—. Ella no dice una palabra de más, pero tampoco de menos; sabe ser delicada y a la vez incisiva. Nunca se borra, ni tampoco se roba el primer plano. No retoca las partes en que pudo lucir mal: admite ser rectificada por el Otro, el que suelta su alma ante el espejo. Ella nos ha regalado un texto donde resulta imposible hallar un solo párrafo aburrido, porque ha tenido el arte de la precisión y la habilidad necesaria para mostrarnos la variopinta diversidad humana de los poetas de Cuba.

 

Sin perder la memoria se suma ya el currículo groseramente enorme de su autora. Allí la Alicia nuestra, la escritora Alicia Elizundia, nos convida a un impresionante viaje que comienza en el País del Espejo pero culmina, de algún modo, en el País de las Maravillas.

 

Yamil Díaz

12 de julio de 2011

 

 

Alicia Elizundia, bajo la piel del Che

Alicia Elizundia, bajo la piel del Che

Escrito por CMHW   

Una de las novedades editoriales de la Feria Internacional del Libro en Cuba, fue el volumen de la periodista de radio, Alicia Elizundia Ramírez, quien en esta entrevista confiesa estar siempre “Bajo la piel del Che”.

Alicia Elizundia, antes de ser periodista, era ya una gran admiradora del Che. Confiesa que su Tesis de Licenciatura no pudo estar dedicada a otra persona que no fuera él, ese ejemplo vivo de humanidad. Esta pasión por las distintas facetas de la personalidad de un hombre la condujo por el periodismo esencialmente en los géneros de crónica y entrevista, bajo la consigna guevariana de ceñirse a la verdad como un dedo en un guante.

Después de varios años de atesoramiento, búsqueda y espera, sacudida emocionalmente por el regreso definitivo del Che a Santa Clara, Alicia dio a luz este libro como un alumbramiento prometido a sí misma y al propio Guerrillero, en aquella tarde en que hablaron sin palabras, él erguido, broncíneo contra el cielo, ella humilde, de pie bajo su estatua.

¿Cómo nace Bajo la piel del Che?

Cuando se hizo la Plaza, yo me pasé toda una tarde frente a la escultura del Che y tuve una conversación muy especial que luego llevé a una crónica. Quizás ahí estuvo, inconscientemente, la verdadera génesis del libro, porque a mí aquello me emocionó sobremanera. Pero el origen, el comienzo, fue a partir de la llegada de sus restos a Santa Clara, en octubre de 1997.

Hice un conjunto de entrevistas para la radio entonces, grabé muchos testimonios, más de los que fui publicando. Estos fueron atesorándose, sí, porque los guardé muy cuidadosamente, los transcribí y así fui proyectando este libro, que se aumentó poco a poco hasta llegar a dialogar con más de quince personas, además de incluir un conjunto de crónicas que tuvieron que ver con la llegada póstuma a Santa Clara, lo que ha pasado todo este tiempo en el Conjunto Escultórico, las ofrendas que le han dejado al Che.

Consulté el libro de visitas conformado por todas las personas que quisieron dejar constancia de su presencia en el Memorial, e hice una selección de aquellas que decían las cosas más emotivas, sencillas, la voz de esos para quienes el Che sigue siendo un espíritu muy fuerte y una razón de lucha y de vida.

También incluyo en el libro dos fragmentos de discursos de Fidel donde él habla sobre el Che. Uno del encuentro que tuvo el Comandante en el año 2003, en Argentina, con los jóvenes de la Universidad, donde les cuenta, de manera muy intimista, cómo, momentos que vivió al lado suyo y otro fragmento del discurso que dio aquí en la Plaza cuando llegaron los restos. A manera de anexo incluí los 14 temas de la cantata Diario de Regreso.

¿Por qué "Bajo la piel del Che"?

Los más de quince entrevistados que me permitieron el privilegio de adentrarme en sus vidas para la realización de este libro, personas que lo conocieron en diferentes momentos de su historia, parecen no tener conciencia del tiempo transcurrido, a casi cuarenta años de su muerte. Ellos hablan del Che como el guerrillero que en cada amanecer sigue venciendo a la muerte. Hablan, como si se sintieran bajo su piel.

Al buscar en el libro de firmas, sentí que la mayoría de esas personas, sin haber visto nunca al Che, le escribían como si lo conocieran desde siempre, sentí que el espíritu del guerrillero acompaña a estas personas en su andar cotidiano y ello, pienso yo, únicamente es posible cuando logramos ponernos bajo la piel del otro.

¿Qué se propuso con este libro?

La doctora María del Carmen Ariet dijo algo que encierra mi propósito con el libro, que fue recoger, a partir de todos estos testimonios, pasajes desde cuando el Che estuvo en Guatemala pasando por México, la Sierra Maestra, la batalla de Santa Clara, lo que pasa con el triunfo de la Revolución aquí en Cuba, su partida para el Congo, su estancia en Praga, en Bolivia, hasta que muere, todo lo que pasó con el hallazgo de los restos del Che y las vivencias en el Memorial.

Podrán decir que muchos de los entrevistados ya han dado su testimonio en reiteradas ocasiones pero yo pienso que el mérito está en que se recogen diversas voces acerca de distintas facetas de la vida del Che, una panorámica de manera bastante coherente.

¿Quiénes son los principales testimoniantes de Bajo la piel del Che?

En el libro se reúnen más de quince voces, entre ellas está la de Aleida Guevara March, la hija del Che, el Comandante Ramiro Valdés, Julio Díaz Escalona, el evangelista de la tropa del Che, que estuvo en el batallón de los descamisados, Harry Villegas y Leonardo Tamayo, los dos sobrevivientes de la guerrilla boliviana, Víctor Dreke el segundo hombre de la Guerrilla del Congo, Luis Carlos García Gutiérrez (Fisín), quién le hizo el cambio de identidad cuando sale clandestino del Congo para Praga, Alberto Díaz Gutiérrez, que es el nombre de Korda, el fotógrafo de la imagen más conocida del Che, también participa la doctora María del Carmen Ariet, prologuista del libro pero al mismo tiempo la única mujer integrante del equipo de científicos cubanos que participó en la búsqueda de los restos en Bolivia, Hamlet Lima Quintana, el autor de Diario de Regreso, Oscar Cardozo Campos, importante músico argentino ya fallecido quien compuso la música de la cantanta, y Jairo, cantante muy reconocido que interpretó los temas, entre otros.

¿Hay algún trabajo dentro del libro que, entre los demás, la haya marcado como autora?

Bueno, aunque no creo que sea lo más importante que tenga el libro, para mí sí tiene una significación muy especial aquella crónica que yo escribí, acerca del momento en que llegan los restos, porque fue una experiencia muy intensa que todo el que vivió esos días tiene presente. Trato de captar la emoción que vivió Santa Clara, ese ajetreo que a la vez era un gran silencio en toda la ciudad. Por eso lo veo como algo especial, no porque lo haya escrito yo sino porque fue mi vivencia.

Debo mencionar un acontecimiento que me marcó y que considero el suceso cultural más importante que ha vivido la Plaza desde la llegada de los restos: el estreno mundial de la cantata Diario de Regreso, del poeta argentino Hamlet Lima Quintana, que ya falleció y fue un autor muy prolífero, con una treintena de libros. Él me confesó que esa era su obra cumbre, porque era como si los versos se los hubiera estado dictando el propio Che. A esa obra yo le titulé El Diario que el Che no escribió, porque el Che siempre escribió diarios de los momentos más importantes de su vida pero éste, de su regreso de Bolivia a Santa Clara, fue el único que él no pudo escribir.

¿Piensa que pudo haberle faltado algo al libro?

Yo confieso que para este libro me hubiera gustado entrevistar a Fidel, de hecho le he pedido en tres ocasiones la entrevista, personalmente. Tengo hasta una foto en el momento en que le estoy pidiendo la entrevista. Él me prometió que me la va a dar, yo confío que en algún momento lo hará, mantengo ese sueño.

¿Qué puede contar de sus vivencias en la Feria?

La Feria se convierte cada vez más en un acontecimiento gigante, uno a veces no tiene conciencia de lo que es la Feria. Hay público para todo. Mi presentación fue en un lugar simbólico, de esas cosas que pasan y uno no se explica, ya que ocurrió donde el Che tuvo la comandancia en La Cabaña.

Bajo la piel del Che fue premio Memoria del Centro Pablo de la Torriente y publicado ahora para la Feria, bajo esa colección. Con la impresión estoy muy contenta, para mí es una impresión de lujo, muy bonita, financiada por el Centro de Desarrollo de la Educación y la Cultura y la editorial Ocean Press, que se ha dedicado a promover la obra del Che. Fue impreso en Colombia como tal, en los talleres de la editorial Linotipia Bolívar. Yo estoy muy contenta, cuando llegué el sábado a la feria me dijeron los compañeros del Centro Pablo que este había sido el título más vendido de los que presentó el Centro y las personas que trabajan allí y han tenido la oportunidad de leerse el libro me dijeron que les había gustado mucho.

En el lanzamiento había muchas personas. Para mi fue impresionante que allí estuviera el embajador de Mali en Cuba, que estudió aquí en Santa Clara, estaba Jorge Risquet, que había presentado un libro, el fue una de las personas que tuvo el privilegio de conocer al Che y yo te confieso que hubiera querido entrevistarlo. Si se hace una segunda edición, lo voy a tener presente. Muy emocionante, sobre todo, fueron las palabras de presentación de la Dra. María del Carmen Ariet.

¿El libro va a llegar a Santa Clara?

Sí, yo estoy coordinando con el Centro Pablo, la idea es presentarlo en Santa Clara y en Sancti Spíritus. La Dra. María del Carmen Ariet piensa estar en Santa Clara para esta ocasión. Para mí va a ser muy feliz poder presentarlo en nuestra ciudad, que es parte también de los escenarios que se reflejan en él: La Batalla de Santa Clara, el Memorial, por tanto es muy importante para mi que se presente aquí y que el público lo pueda disfrutar.

Este no es el primer libro de Alicia, ¿qué puede hablar de su trayectoria como escritora?

Bueno, mi trayectoria de escritora nació a partir de mi trabajo como periodista, porque yo amo la entrevista, las historias de vida. Comencé a hacer el primer libro, que realmente fue el segundo, sobre Teresita Fernández, Premio UNEAC de testimonio en el año 2000. Cuando lo publiqué ya había un libro anterior que fue una investigación de las publicaciones de una revista de los años 30 en Cuba, la revista Cúspide, que aunque local, tuvo una proyección cultural muy fuerte.

Mi libro sobre Teresita nació a partir de una entrevista que yo le hice para la radio, después de veintitantos años sin ella venir a la ciudad de Santa Clara. La génesis fue esa, realmente yo empecé a alimentar aquellas ideas, entrevisté a Teresita para hacer otro trabajo y aquello desencadenó en ese libro que se llama Yo soy una maestra que canta. Después vino mi experiencia en Nicaragua, que fue una experiencia vital muy fuerte y nació No somos dioses, un libro de crónicas, reportajes y entrevistas, a partir de la misión de los médicos cubanos y lo que pasó después de su retirada, al cabo de un año.

¿Algún otro libro en planes?

Por supuesto. Un proyecto que siempre he tenido es Frente al Espejo, un libro que ojalá tuviera mucho tiempo para sacarlo lo antes posible, porque varias de las personas que entrevisté han fallecido, entre ellos el Indio Naborí, Conchita Fernández, la escultora Rita Longa.

Yo quiero hacer ese libro, un libro de entrevistas. Tengo otros proyectos que todavía se están cocinando. Para mí es una pasión tremenda poder adentrarme en otras vidas, otras testas, otras cabezas ajenas, aprender de esa gente, de las cuales uno mismo es el resultado final. Siempre mi materia prima va a ser el ser humano, un tema que me apasiona.

 

 

Alicia en el país de Teresita

Alicia en el país de Teresita

«A la creatividad no se le puede poner límites». Así nos dijo Alicia Elizundia Ramírez en una de las primeras clases de periodismo radial que nos impartió en la Universidad Central Marta Abreu de Las Villas. Enseguida anoté el consejo en mi libreta.

Alicia es de las profes que no se niegan a compartir su conocimiento, a ayudar a los alumnos, a escuchar. Es por eso que quienes aprendimos de ella nos alegramos de sus triunfos.

Alicia es como Teresita. Las dos son eternas maestras, de magisterio y vida. Y las dos son como niñas grandes, que nunca pierden la ternura.

Alicia es como Teresita. Las dos son eternas maestras, de magisterio y vida. Y las dos son como niñas grandes, que nunca pierden la ternura.

El más reciente fue en la recién finalizada XX Feria Internacional del Libro. La Editorial Gente Nueva reeditó su libro: Amiguitos vamos todos a cantar, páginas donde la cantautora Teresita Fernández (Santa Clara, 20 de diciembre de 1930)cuenta la historia de sus canciones.

Le confiesa Teresita que «siempre me ha importado más hacer la canción por necesidad de crear y vivir, de hablar y ser maestra, que dejar constancia de lo que hago».

Y le narra cómo surgió Mi gatico Vinagrito, Vicaria, Lo feo, Tin  tin...la lluvia, Porque tenemos el corazón feliz y tanta otras canciones.

Alicia es como Teresita. Las dos son eternas maestras, de magisterio y vida. Y las dos son como niñas grandes, que nunca pierden la ternura.Amiguitos... es un deleite para las generaciones de niños que han crecido con las canciones de Teresita, es el agradecimiento de Alicia Elizundia a esa maestra que canta tanta poesía entre cuerdas de guitarra, es el regalo en su cumpleaños 80. Es, ante todo, un diálogo entre personas queribles.

«Hagan las preguntas de una en una. Recuerden no hacerlas tan generales, y deben investigar antes la vida de esa persona», nos decía Alicia en sus conferencias. Y su libro es la evidencia de esa teoría.

Rememoro entonces cuando se publicó por primera vez --por la Editorial Capiro en aquella ocasión--. La presentación la hizo uno de sus alumnos de Periodismo. El muchacho estaba un poco nervioso, pero «tenía que hacerlo bien, porque se trataba de la profe y le tengo cariño».

La editorial villaclareña Capiro tuvo a su cargo la primera edición de Amiguitos vamos todos a cantar.

La editorial villaclareña Capiro tuvo a su cargo la primera edición de Amiguitos vamos todos a cantar.

Alicia es como Teresita. Las dos son eternas maestras, de magisterio y vida. Y las dos son como niñas grandes, que nunca pierden la ternura.

«Profe: ¿cómo está Teresita?», le pregunto a veces, porque a partir de la primera edición del libro, infiero que la trovadora es para ella como una madre. Y Alicia se emociona al responder, y me cuenta que hace poco hablaron por teléfono, y que le echa de menos.

Es que Alicia Elizundia es de los periodistas imprescindibles que sentenció Ryszard Kapuscinski, esos que son, ante todo, buenas personas.

Fuente: Leydi Torres Arias

 

Yo soy una maestra que canta

(Memorias de la trovadora cubana Teresita Fernández)

Haberle cantado durante cincuenta años a varias generaciones de cubanos y ser maestra de todas ellas al estilo de “los maestros ambulantes” de los que hablara nuestro José Martí, ha sido la razón de ser de Teresita Fernández.  A ello se une su sentido poético de la vida, su filosofía, su espíritu latinoamericano y martiano, su mística y su extraordinaria vitalidad.

Durante casi doscientas páginas la autora de “Vinagrito”, y también,  por qué no, de Arco Tenso, su reciente libro de poesía publicado por la Editorial de los jóvenes en Santa Clara,  nos cuenta sobre su vida.  Historia que alcanza mayor trascendencia por la filosofía humanista y práctica que ha predicado durante toda su vida la artista. La narración en primera persona es interrumpida por un conjunto de crónicas recreadas por la autora, a partir de momentos y vivencias  junto a la trovadora.

Después de más de veinte años sin venir a su Santa Clara, Teresita retornó con su guitarra en mano, y este es precisamente el punto de partida para estas memorias que nacieron de un conjunto de entrevistas realizadas durante varios años por la autora.

Cómo transcurrió su niñez aquí en esta ciudad; y cómo sus inicios en la música. Cuál es la herencia genética y cultural que le dejaron sus padres: asturiano él, valenciana ella. Por qué un día la joven trovadora  decidió dejarlo todo y correr suerte en la capital.  Quiénes le ayudaron a encontrar el camino;  por qué Teresita le canta a los niños; con qué problemas existenciales y mitos ha tenido que batirse esta mujer; hasta dónde llega su amor por los animales; a que sitios ha salido a volar su canción... son sólo algunos de los aspectos abordados en el libro.

La maestra que canta. La periodista que teje.

 Luis Cabrera Delgado.

 Abrir el libro de Alicia Elizundia sobre las memorias de la trovadora Teresita Fernández, es como pararse delante de un deslumbrante tapiz lleno de las más disímiles formas y vívidos colores. Teresita ha puesto los hilos,  y la periodista ha sabido tejerlos, no sólo para despertar sensaciones estéticas placenteras y agradables, sino también para mover el intelecto y la reflexión.

   Yo soy una maestra que canta no es un libro del que podamos decir que su lectura nos ha dejado un determinado sabor, porque su creadora ha sabido jugar con múltiples integredientes para mostrarnos un retrato de esta destacada cantautora, en el que están presente los más variados sentimientos del ser humano, los anhelos, frustraciones y goces que, en la vida de Teresita Fernández, siempre han estado en expresiones  más allá de los que experimenta cualquier hombre medio.

   El conocer la vida de esta mujer, independientemente de las condiciones particulares de su espacio y tiempo, bien puede servirle a cualquiera, lejos de su latitud, idioma y cultura, para un mirar diferente de la cotidianeidad, para un vivir espiritual más sano, para un mejoramiento de la existencia del ser humano.

    Por razones propias, primero del aldeismo, y después de la mediocridad y el conservadurismo oportunista, hubo poderosos que trataron de matar la artista que hubo y hay en Teresita Fernández, y durante años esta mujer sufrió de incomprensión, persecución y silencio –el duro silencio con que se condena al poeta-, mas la paciencia, el estoicismo y la caridad de una autoformación franciscana la conservaron para ella y para los demás hasta que los vientos que en mi pueblo anuncian el fin de la sequía, levantó la hojarasca y permitió el mágico resurgir de los brotes de la siembra.

   La nombrada y admirada, pero no por ello desconocida, Teresita Fernández anduvo entonces por el filo del peligro.  La leyenda le pisaba los talones para hacer presa de ella y convertirla en mito, el que como todo buen mito, no iba a ser más que una tergiversación de una realidad, ficción y símbolo que responde a quienes lo crean y no a la esencia misma de, en este caso, persona.

   Fue entonces época de homenajes y reconocimientos, oportunidad para verla de cerca y oirle cantar su antológico Vinagrito. Y Santa Clara, ciudad sumada al silencio oficialista después de su fallido intento por sofocarla, se vistió entonces de gala para la reconciliación. Mas cuidado quienes esperaron  que Teresita hubiese cedido un ápice de su irreverencia. Su desaliño, conducta social y compromiso incondicional con la verdad servieron de argumento  para alimentar el mito.

   Y si méritos hay que reconocer a Alicia Eluzundia, el primero en este caso sería la sagacidad periodística, esa suficiencia para más allá de donde vemos todos, ese talento de descubrir la verdadera naturaleza que se oculta detrás de las apariencias. Y de sólo verla descender del auto y traspasar la arcada del primer recibimiento, supo de la riqueza del testimonio vivo que era cantautora valor. No más la oyó hablar de Martí y de los niños se propuso llegar a esta mujer. Para ello se valió no sólo de la técnica de una buena entrevistadora, sino también de la amistad, comprensión y admiración mutua que fue surgiendo en el transcurso del trabajo, y con la paciencia del orfebre la fue desnudando página a página para mostrarnos, no sólo la cantadora de Dame la mano, sino al verdadero y extradordinario ser humano que hay Teresita Fernández.

    Formalmente Soy una maestra que canta es más que un simple testimonio. Es –si es que este género existe- un documental literario. Con un hilo conductor narrado en primera persona, por el que vamos conociendo los pasajes de la vida de la protagonista, oportunamente, la autora recurre a documentos, testimonios de las más disímiles personales, entrevistas, recortes de prensa, poesías y letras de canciones que complementan y conforman la vida que se nos cuenta.

    La labor de composición de este libro demandó, además de la Alicia periodista, de la sensibilidad y talento de la Alicia creadora. Ahí están también sus oportunos comentarios, su capacidad descritiva, su poética narrativa y su talento artístico. Con la sagacidad propia de una buena comunicadora, la autora, despertándonos saviamente el interés por la historia, nos conduce a la lectura amena de lo escrito, la que sólo se interrumpe por los momentos de reflexión que la polisemia  del texto provoca.

   Sabio el jurado del Concurso Nacional de Literatura de la Unión de Escritores y Artista de Cuba que supo otorgarle el Premio (PONER EL NOMBRE DEL PREMIO) del 2000 a Alicia Elizundia por la calidad de su libro Soy una maestra que canta. Su lectura, independientemente de compartir o no la filosofía de Teresita Fernández, acerca al ser humano que hay en ella; independientemente de hacer o no hacer míos sus valores, permiten admirarla más allá de su condición de artistas;  y al talento de la Elizundia se le debe.

   No recuerdo haber leído un libro que, junto al mero goce estético, me entrege de manera tan pudorosamente íntima y total a una persona –buena y sensible- haciéndome de alguna forma, también mejor a mí. Estoy seguro de que esta experiencia se repetirá también en todos y cada uno de quienes tengan la oportunidad de leer el regalo que Alicia Elizundia nos ha hecho.

 

Alicia en el país de Teresita

Alicia en el país de Teresita

Por Arístides Vega Chapú

Alicia Elizundia Ramírez(Quemado de Guines, Villa Clara, l962) no tenía que demostrar la valía de su periodismo después de varios años consagrados a la mejor prensa cultural y humanista de nuestra geografía más cercana, sin embargo con su testimonio Yo soy una maestra que canta, Premio UNEAC  del 2000 y publicado por Ediciones Unión –en el que cuenta de forma inteligente, amena y poética, la singular vida de una juglar que ha recorrido con sus canciones, y por más de cincuenta años, la Isla de Cuba-  se viene a reafirmar como una de nuestras más iluminadas comunicadoras capaz de hacernos cercano cualquier suceso o vida interesante.

Realizar numerosas entrevistas y acopiarlas, revisar la papelería de su entrevistada, acercarse con tacto, discreción, y educación, es decir con profesionalismo, a la vida íntima de Teresita Fernández –una mujer con historias aparentemente impublicables-  ha sido parte del arduo camino que condujo a Alicia a merecer el premio más importante que se concede en esta modalidad y lograr uno de los testimonios más apasionantes que la historia de este género en Cuba recuerde.

Conocer la intimidad de la “maestra que canta”, de su intensa y singular vida; “pobre, nómada y libre”, como la de los juglares, junto a fragmentos importantísimos e imprescindibles de la vida de Cuba y de la bohemia que ha propiciado su mejor música, que es como revelar presente y pasado de los muchos lectores que de seguro tendrá esta obra, ha sido el mérito mayor de este libro: el saber que todo cuanto ha estado cerca de su protagonista es ya parte del patrimonio de la nación; Bola y su escenario en el suntuoso Restaurante de 21 y O, el Cordón de la Habana, la Nicaragua de Sandino, el Chile de la Mistral, el México de sus raíces, el especial público de la fabela brasileña, la historia del ya imprescindible Gatico Vinagrito y la Batalla de Santa Clara.

Aquí está la mujer que ha vivido con honestidad y dignidad los muchos inconvenientes de ser diferente, la que no se preocupó por la trascendencia y ni siquiera por ser reconocida como la imprescindible compositora y poeta que es.  Está la mujer cuya única vanidad ha sido aspirar al cariño de los niños de las muchas generaciones a las que le ha cantado.  Está la cristiana, la cubana, la universal.  Está toda su historia, hasta la que parecía no poderse contar. Está Teresita Fernández, con la misma nitidez de su discurso y sus canciones, con la sinceridad y la poesía que merecía esta historia.  Gracias a Alicia por escribirla. También gracias a otro juglar, Ramón Silverio, que le devolvió a Santa Clara esta historia tan cercana para todos los que seguimos cantando “porque tenemos el corazón feliz”.

 (Publicado en el Boletín Cultural Carta Cuba, No 31,  Marzo 2002)